Soy
como esa isla que ignorada,
late acunada por árboles jugosos,
en el centro de un mar
que no me entiende,
rodeada de nada,
—sola sólo—.
Hay aves en mi isla relucientes,
y pintadas por ángeles pintores,
hay fieras que me miran dulcemente,
y venenosas flores.
Hay arroyos poetas
y voces interiores
de volcanes dormidos.
Quizá haya algún tesoro
muy dentro de mi entraña.
¡Quién sabe si yo tengo
diamante en mi montaña,
o tan sólo un pequeño
pedazo de carbón!
Los árboles del bosque de mi isla,
sois vosotros mis versos.
¡Qué bien sonáis a veces
si el gran músico viento
os toca cuando viene el mar que me rodea!
A esta isla que soy, si alguien llega,
que se encuentre con algo es mi deseo;
—manantiales de versos encendidos
y cascadas de paz es lo que tengo—.
Un nombre que me sube por el alma
y no quiere que llore mis secretos;
y soy tierra feliz —que tengo el arte
de ser dichosa y pobre al mismo tiempo—.
Para mí es un placer ser ignorada,
isla ignorada del océano eterno.
En el centro del mundo sin un libro
sé todo, porque vino un mensajero
y me dejó una cruz para la vida
—para la muerte me dejó un misterio.
late acunada por árboles jugosos,
en el centro de un mar
que no me entiende,
rodeada de nada,
—sola sólo—.
Hay aves en mi isla relucientes,
y pintadas por ángeles pintores,
hay fieras que me miran dulcemente,
y venenosas flores.
Hay arroyos poetas
y voces interiores
de volcanes dormidos.
Quizá haya algún tesoro
muy dentro de mi entraña.
¡Quién sabe si yo tengo
diamante en mi montaña,
o tan sólo un pequeño
pedazo de carbón!
Los árboles del bosque de mi isla,
sois vosotros mis versos.
¡Qué bien sonáis a veces
si el gran músico viento
os toca cuando viene el mar que me rodea!
A esta isla que soy, si alguien llega,
que se encuentre con algo es mi deseo;
—manantiales de versos encendidos
y cascadas de paz es lo que tengo—.
Un nombre que me sube por el alma
y no quiere que llore mis secretos;
y soy tierra feliz —que tengo el arte
de ser dichosa y pobre al mismo tiempo—.
Para mí es un placer ser ignorada,
isla ignorada del océano eterno.
En el centro del mundo sin un libro
sé todo, porque vino un mensajero
y me dejó una cruz para la vida
—para la muerte me dejó un misterio.
Gloria
Fuertes
Isla
Ignorada (1950)
Pasea
con el luto de viuda de sí misma, payasa, miliciana… Así
es como describe José Hierro a su gran amiga en el poema Hablo
con Gloria Fuertes frente al Washington Bridge en
su célebre libro Cuaderno
de Nueva York. Cito
estos versos y este libro porque al leerlos en el 98 rompí por
primera vez la caricatura de la poeta de los ripios infantiles que
tantas veces había visto en televisión. Después leí en Cátedra
sus Obras
Incompletas
y desapareció definitivamente aquella imagen de señora mayor de
pelo corto y flequillo blanco con camisa de colores y chaleco y
corbata y voz derrumbada que a mí me daba un poco de miedo,
seguramente porque en mis ingenuos moldes infantiles aquello no
encajaba. Tenía 3 o 4 años. La imagen que ahora tengo de Gloria
Fuertes ya no es solo fotográfica o televisiva, aunque aquella,
revivida estos días, rondará siempre por mi imaginario personal. La
que ahora tengo es la de una mujer cercana y entrañable de una
ternura descomunal a la que me hubiera encantado conocer y abrazar
para después beberme una copa con ella.
Esta
semana preparando la actividad homenaje que el instituto celebrará
el jueves con motivo del centenario de su nacimiento y del Día
Internacional del Libro, he disfrutado de su poesía y de su humor,
sobre todo de su ironía, a través de la lectura de muchos de sus
poemas y de aquellos vídeos con los que he vuelto, en un rápido
viaje de ida y vuelta, al pasado. Desde luego no podemos desdeñar
esa parte de la poesía de Gloria Fuertes, la más popular y
mediática, la poesía para niños. Porque los niños son
precisamente los que tienen una percepción más pura del mundo,
menos intelectualizada, y por tanto más poética. Y eso es algo que
Gloria Fuertes supo muy bien, y por ello le dedicó gran parte de su
actividad literaria. Y nosotros desde aquí no podemos más que
aplaudirla. Sin embargo, lo que pretendemos, y con esto nos unimos a
su Fundación y a los estudiosos de su obra, es reivindicar la parte de su obra menos conocida, la
que se abre a un público adulto y que, injustamente, ha sido
eclipsada por la infantil. Es un gusto entrar en una liberia y encontrarse apiladas junto a los libros más vendidos las nuevas ediciones y reediciones de su obra.
Gloria
Fuertes decía de sí misma que era una poeta de guardia o una poeta
de andar por casa. Y realmente así lo fue y así lo sigue siendo. El
poema de esta semana, Isla Ignorada,
que pertenece a su primer libro homónimo publicado en 1950, nos
puede dar muchas pistas acerca de su personalísimo estilo coloquial
y de su vida. La poeta se siente, la metáfora es tan clara como
penetrante, aislada, ignorada, incomprendida, rodeada de NADA. Sola
sólo. Sin embargo, hay en su isla lugares preciosos: árboles
jugosos, aves relucientes, ángeles pintores, volcanes dormidos...
Demasiado preciosos tal vez para que la España gris de entonces
pudiera apreciarlos. No hay en sus versos ningún tipo de
resentimiento, al revés: —manantiales de versos
encendidos / y cascadas de paz es lo que tengo—
Dos versos maravillosos que nos dan la dimensión de la clase de
poeta de la que estamos hablando. Tierra feliz, en
fin,
—que tengo el arte de ser dichosa y pobre al mismo tiempo—.
Pues isla ignorada del océano eterno es lo que no queremos que sea Gloria Fuertes. Por eso desde aquí, en el centenario de su nacimiento, reivindicamos la poesía de una mujer valiente que abrió muchos caminos; luchadora, feminista adelantada a su época, ingeniosa, rara, provocadora y revolucionaria que a pesar de todas las dificultades y dolores: orfandad, pobreza, guerra, marginalidad e incomprensión, supo apreciar la belleza del mundo con humor y con amor. Su poesía está llena de todo lo que acabamos de nombrar. Leer hoy un poema de Gloria Fuertes es abrir una nueva ventana al mundo y contemplar un paisaje que solo puede enriquecernos la mirada. Gracias Gloria.
Gurb