lunes, 5 de marzo de 2018

10 de septiembre de 2010




Un joven profesor entra en el aula,
descuelga los percheros donde se orea el frío
y mira cómo un rastro de luz resbala sobre los pupitres sin nombre
y cubiertos de polvo.
Sin explicarse cómo ni por qué,
se desbordan los límites de un paisaje incompleto
y cíclico,
mientras él pone en orden experiencias
y pensamientos.
Después se acerca a una ventana.
El sol entre los álamos
le trae a la memoria las estrellas
encima de las olas, el salitre
y los ojos de su hija al descubrir el mar,
la misma niña que hoy le ha hecho sentir, de nuevo,
los nervios del primer día de clase.

Francisco Onieva
Vértices
Ed. Visor (2016)
                                                                                      Para Marina y Lucía


¿Quién no ha sentido alguna vez la inquietud del primer día de clase? ¿A quién se le ha olvidado? ¿Recordáis a aquel niño en la fila, con su mochila recién estrenada, soltando la mano de su madre o de su padre? El poema de esta semana reproduce el nerviosismo tantas veces vivido por todos nosotros en la puerta del colegio al comenzar el curso. A través de la precisa mirada de un joven profesor, el poeta entra en clase y evoca los felices días de verano en el mar junto a su hija, reviviendo aquellas primeras sensaciones de pérdida en la infancia. Con este poema, elegido por el propio autor, entramos en su último y espléndido libro de poesía, titulado Vértices. Las Iluminaciones que abren este poemario presagian las zonas que solo los hijos alumbran en la conciencia.

Vértices es uno de los libros de poemas con el que, por su tema y tono, más me he identificado en los últimos años. El libro cuenta la experiencia de la paternidad. Un tema insólito dentro del panorama lírico en español. Y  de cómo esa paternidad zarandea los cimientos del edificio al que llamamos identidad, transmutándolo en otro; no en vano la palabra andamio o traviesa aparece repetida a lo largo del poemario. Aunque se trate de un libro de poemas, hay en él un hilo narrativo que enlaza unos textos con otros, construyendo el proceso vital desde la misma concepción de la primera de sus hijas, pasando por sus distintos estados: el embarazo, contemplado desde la perspectiva del hombre; el nacimiento, y todas esas experiencias cotidianas que cualquier padre vive: llenarse los bolsillos de extraños objetos en el parque; un día de nieve, una fotografía, una mañana de domingo, el baño diario, la construcción de un castillo de arena, un tobogán, una caja de juguetes o los trazos de un dibujo con casa y nubes. Pero más allá de lo cotidiano, casi todos ellos nos conducen al ámbito de la esencialidad que somos a través de la forma tan limpia que tienen de percibir el mundo los niños. Origen y regreso. Mirar el mundo a través de nuestros hijos, frecuentemente supone una incursión en una edad sin tiempo, en palabras del propio poeta. Pero además de esos Vértices, Blanca y Marta, que son el eje vertebrador de la obra, aparecen y enriquecen la misma otros muchos temas: la pérdida, la circularidad y lo cíclico, la crítica social, la certeza de la palabra como generadora y transformadora de la realidad, la reflexión sobre los propios límites de un idioma desgastado, y la poesía como tema del propio poema, como ocurre en Sintaxis de lo inédito, uno de mis poemas favoritos. El libro habla en muchas ocasiones de aquello que no se puede nombrar pero que, sin embargo, existe; acaso solo para aquellos que se detienen a mirar con los ojos de un niño, o con los ojos del poeta, que tantas cosas tienen en común. Aquí ambos se funden en un emocionante abrazo universal.

La maravillosa canción de Serrat, Esos locos bajitos, completa la entrada de esta semana. Ojalá sea una ventana para mirar al mundo de otro modo.

Hoy sois hijos, mañana, padres; pero nunca dejéis de ser niños: tenemos uno agazapado en cada gesto. Nunca perdáis la pasión radical de ir desbocados por el mundo con ansias de conocimiento. Curiosos e inquietos. Entusiasmados por la vida.

Gurb y Maga




BIOGRAFÍA

Francisco Onieva