La noche. Cuánta luz.
Y todos vamos,
cargados de juguetes o de joyas,
cruzando una ciudad multicolor y
helada
cubierta con racimos de bombillas
azules, verdes, rojas,
que dibujan
la serpiente eléctrica de las
lentejuelas de oro frío
en la tirantez aterida del aire.
En los escaparates brilla
la sombra luminosa de otros
escaparates
y la desordenada sombra de un
mendigo,
y los niños mantienen los ojos muy
abiertos.
(El tren y las espadas. Las
estrellas.
La nave intergaláctica y la luna.
La muñeca habladora
y esa nieve
que cae sin cesar
sobre la tumba inmortal de nuestra
infancia.)
Cuánta luz,
desgranada como un confeti
sobre estas alegres calles
por las que todos vamos como
brujos felices,
cargados de mortalidad y de
regalos.
Felipe Benítez Reyes
(Del libro Escaparate de venenos, Tusquets Editores, 2000)
Aunque ya lo había escogido, he buscado y leído por
curiosidad en Google algún poema
sobre la Navidad, y lo que he encontrado ha sido una reiteración monótona en la
que cada texto me ha parecido una fotocopia del anterior; en ellos se repiten
sucesiva e insistentemente, como era de esperar, las grandes palabras: amor,
felicidad, paz, esperanza, fe, magia, promesa, alegría, etc. En fin, un atracón
prenavideño, el primero, que no sé cómo voy a deglutir en las próximas horas. Y
no digo yo que no debamos de amar, desear paz, ser felices o tener esperanza en
los próximos días; el problema es que tanta felicidad, paz, alegría y esperanza
en tan poco tiempo, insisto, puede resultar indigesto incluso para el corazón
más sano. Además, ¿no creéis que
deberíamos de dejar algo para el resto del año? El poema de esta semana, del
gaditano Felipe Benítez Reyes, Estampa de
Navidad, refleja poderosamente la impresión que produce ver de noche cualquier
calle de cualquier ciudad en casi cualquier parte del mundo. Una estampa mitad alegre, mitad triste,
porque la propia época lo es. Una estampa
llena de luz artificial y colorido que el autor nos muestra a través de algunas
metáforas brillantes: “con racimos de bombillas, azules, verdes, rojas” o “la
serpiente eléctrica de las lentejuelas de oro frío”… Una estampa en
la que todos vamos (expresión que el
poeta no por casualidad repite dos veces) como autómatas, seducidos por el
folclore del consumo, formando parte de un rebaño urbano dirigido por el
interés económico y comercial de algunas empresas con mucho poder. Una estampa en la que no podemos dar de lado,
otra vez, a “la desordenada sombra de un mendigo”: ¿se puede expresar mejor el
significado que adquiere la pobreza en la calle? Sombra, y repito la palabra;
porque a veces un mendigo puede resultar tan cotidiano y pasar tan desapercibido que más que
real parece una sombra. Y una estampa, para terminar, en donde las calles
son alegres, y los niños mantienen los ojos muy abiertos ante los escaparates llenos
de regalos, y aunque la nieve caiga sin cesar en la tumba inmortal de nuestra
infancia, y a pesar de todo, ¿a quién no le gusta sentirse durante unos
segundos el niño que fue rompiendo el
papel de un regalo el día de Reyes?
FELIPE BENÍTEZ
REYES
Es autor de una obra versátil que
abarca la poesía, la novela, el relato, el ensayo y el artículo de opinión. Sin
embargo, es conocido sobre todo como poeta; como tal se le suele adscribir a la
corriente de la Poesía de la experiencia o Nueva sentimentalidad. Sus libros
han sido distinguidos con numerosos premios: 1992, Premio Fundación Loewe por Sombras particulares; 1994, Premio Internacional de
Poesía Ciudad de Melilla por Vidas improbables;
1995, Premio Nacional de Literatura por Vidas
improbables; 1995, Premio Nacional de la Crítica por Vidas improbables; 1995, Premio Ateneo de Sevilla de
Novela por Humo; 1997, Medalla de Andalucía
a su carrera literaria; Premio Luis Cernuda; Premio Hucha
de Oro; Premio de Periodismo El Torreón; Premio Viaje del Parnaso; Premio Nadal de Novela 2007 por Mercado de espejismos.