Cada vez que he querido y he podido
me he entregado a la gula y la lujuria.
Con la pereza vivo amancebada.
Me ha seducido la avaricia sólo
como medio hacia otras desviaciones.
Siempre he sido colérica y soberbia,
orgullosa, arbitraria y testaruda.
Quizá por eso no sentía envidia.
Tan segura de mí, tan inflexible,
no podía envidiar nada ni nadie.
Hoy, sin embargo, derrotada y sola,
desahuciada y vencida, tan inútil,
siento envidia de mí cuando me amabas.
me he entregado a la gula y la lujuria.
Con la pereza vivo amancebada.
Me ha seducido la avaricia sólo
como medio hacia otras desviaciones.
Siempre he sido colérica y soberbia,
orgullosa, arbitraria y testaruda.
Quizá por eso no sentía envidia.
Tan segura de mí, tan inflexible,
no podía envidiar nada ni nadie.
Hoy, sin embargo, derrotada y sola,
desahuciada y vencida, tan inútil,
siento envidia de mí cuando me amabas.
Amalia Bautista
Estoy ausente
Pre-Textos (2004)
Siempre
me ha parecido que el pecado, capital o no, ha sido un perverso mecanismo de
control utilizado por la Iglesia para imponer su doctrina e intereses a lo largo
de los siglos. A través de su moral carcelaria siempre nos han dicho qué está
bien y qué está mal. Lo que puede o no puede hacerse. Aquello con lo que debo
sentirme bien o mal. Sus tentáculos han sido tan enormes que han llegado hasta
nuestros días. El miedo irracional a ser castigados todavía planea por las
conciencias de muchas personas. Y es que el pecado y su hermana, la culpa, que
nace con él, son un virus que nuestra tradición religiosa nos ha inoculado a
través de la Iglesia, la familia, la educación (incluso pública ¡ay!), a edades
demasiado tempranas y del que es muy difícil curarse.
En
el poema de esta semana, la poeta madrileña Amalia Bautista utiliza los pecados
capitales como pretexto para hablarnos primero, confesional y descarnadamente,
de cuál es su estado: derrotada y sola,/desahuciada y vencida, tan inútil,
y, segundo, de un desamor: siento envidia de mí cuando me amabas; pero en
el poema además podemos ver cuál es la actitud del sujeto lírico, posiblemente
el propio Yo de la autora, ante el pecado: aquí no hay culpa ni
arrepentimiento, sino entrega (a la gula y la lujuria), unión (a la pereza),
seducción (hacia algunas derivaciones de la avaricia), aceptación (de la ira y
la soberbia), y, por último envidia, envidia a sí misma por un amor que terminó. Como observamos, una
perspectiva ante el pecado muy distinta a la promulgada tradicionalmente por la
Iglesia con la que muchos lectores de este poema seguramente se sientan
identificados.
Por
mi parte, sueño con un mundo de conciencias limpias no manchadas por el hollín
del pecado y de la culpa. Un mundo de ciudadanos libres en donde la diferencia
entre el bien y el mal se rija exclusivamente por una ética asentada en los
pilares de la filosofía clásica y cuyo cimiento sea siempre y únicamente lo
humano.
Los
siete pecados capitales como tema han tenido un extenso tratamiento tanto
literario como artístico o cinematográfico a lo largo de la historia. Dante en
la Divina Comedia y El Bosco, en su Mesa de los pecados Capitales,
son solo dos ejemplos, aunque quizá los más altos. Con un vídeo explicativo del Museo del
Prado de la obra del genial pintor flamenco completamos la entrada de esta
semana.
Gurb