Más leve que
el amor,
como las
aves que el viento mueve
sin
preguntarle nunca
a dónde se
dirigen, va mi voz
buscando el
rastro azul de una bandera.
Los hombres
que murieron
son de
arroz, de levadura
y lluvia.
Y hace
décadas, la luz borró sus pasos,
los guió
bajo el
silencio
hacia el
rosal silvestre
donde una
tumba anónima se alza
en medio de
la noche. Del abismo
cuelgan sus
nombres.
¿Quién
recuerda aún
su
enaltecido aliento en los murmullos
del agua que
ahora inunda el horizonte,
la oscura
levedad de las cunetas?
¿A qué
paisaje,
a qué aire
pertenecen
sus huesos
custodiados por el bosque?
Los que murieron rotos por la paz
debajo del
azul
claman
memoria.
Mi corazón
fermenta
en su dolor,
se duerme entre sus ojos,
pide amor,
busca el
perdón del aire, su piedad,
pero la
tierra estéril no lo oye.
Alejandro
López Andrada
Las
voces derrotadas
Ed. Hiperión (2011)
Pongo en la barra de google Alejandro López
Andrada y aparecen la friolera de 417.000 páginas. Para entender mejor lo
que os digo, poned vuestro nombre y veréis el tímido resultado. Evidentemente,
nosotros no vamos a medir la calidad de sus libros por su presencia en las
redes, hasta ahí podíamos llegar, pero creo que es un dato que, a vosotros,
hijos de las nuevas tecnologías, os puede llamar la atención.
Pincho en la primera de ellas, la wikipedia
(esa fuente de consulta dudosa del nuevo
saber popular) y copio y pego una breve nota biográfica. Que el propio autor
nos corrija algún dato si no es correcto: Alejandro
López Andrada nació en 1957 en Villanueva del Duque (Córdoba), pequeña
localidad de la comarca de Los Pedroches, de la que es Hijo Predilecto. Estudió
Ciencias de la Educación y trabajó como técnico de cultura en la Mancomunidad
de Municipios de Los Pedroches. A sus 35 años fue elegido miembro de la Real
Academia de las Letras de Córdoba. Casado y padre de dos hijas, sigue viviendo
junto a su familia en su pueblo natal, al que considera su fuente de
inspiración. Su personalísima voz se observa tanto en su poesía, como en sus
novelas y ensayos, en sus columnas y en sus críticas literarias.
Continúo leyendo y me encuentro con un
abrumador número de libros escritos y premios ganados, repartidos entre los
distintos géneros literarios. Una veintena de libros de poesía, catorce o
quince novelas, ensayos, columnas…en fin, la labor incansable de quien tiene el
idioma como herramienta de trabajo diaria, y con él va sembrando con esfuerzo
las tierras de su existencia. De todos ellos, yo me he leído dos, La
tierra en sombra y El horizonte hundido, una antología de sus
poemas elaborada por otro de nuestros grandes maestros, Antonio Colinas. Lo primero que me sorprende de sus libros, ya sean
de poesía o de prosa, son algunos de sus
títulos, que constituyen en sí mismo un fogonazo lírico lleno de sentidos: Códice de la melancolía, La tumba del arco iris, El cazador de luciérnagas,
Los pájaros del frío, El césped de la
luna, El viento derruido o El
óxido del cielo, y
el último de ellos, Los perros de la eternidad, un
título que por sí solo ya merece un premio.
Me encontré con La tierra en sombra hace
diez años en una librería; lo abrí, me leí cinco o seis poemas y directamente
me dirigí al mostrador para pagarlo. Los premios que publican las editoriales
más importantes, en este caso Visor, tienen la ventaja de tener
una mayor difusión, por tanto es más fácil acceder a ellos. Y esto es lo que a
mí me ocurrió con La tierra en sombra.
Un libro que he recomendado a muchos amigos porque rememora en mí cada vez que
me acerco a él, al igual que la antología de la que ya hemos hablado, el paisaje
y la vida en el campo de mis ancestros. Y digo bien, rememora, porque aunque yo
no llegara a vivirla, las innumerables historias que me contaron mis abuelos
forman ya parte de mi imaginación y mi memoria familiar. Un mundo rural que se
va, cada vez con más rapidez y del que solo van quedando imágenes; y no me
refiero solo a las fotografías que a continuación veremos. La poesía es también
imagen, y en el caso de Alejandro son poderosísimas imágenes en movimiento. Sus
poemas frecuentemente abren surcos en el corazón del lector con el arado de sus
versos. Con la pérdida de aquella realidad rural también perdemos las palabras que
la nombraban; así la poesía de Alejandro López Andrada también es un glosario
de bellos términos en desuso al que siempre tendremos que volver para no
olvidarnos de nuestras raíces. Me emociona también, de la poesía de nuestro
poeta de esta semana, el brillo de sus metáforas, la sencillez con la que
alcanza el interior del ser humano, la musicalidad radical de sus versos
construida a partir de un lenguaje vestido de paisano, y su compromiso social como sentimos en el poema
de esta semana, Teorema del perdón, en donde el autor denuncia poniéndole voz a
Las voces derrotadas, leo tres
versos: Los que murieron rotos por la
paz/debajo del azul/claman memoria…, el olvido impuesto por la dictadura
franquista a los republicanos fusilados durante la Guerra Civil, y aún más
grave, el olvido, después de la Ley de la
memoria histórica, al que se han vuelto a someter bajo el infame e inhumano
poder desaforado del actual gobierno.
Por todos estos motivos, es un honor para
nuestro centro contar con la presencia hoy de Alejandro López Andrada. Abrimos
así las celebraciones en torno al Día Internacional del Libro, que como todos
sabéis es el próximo día 23. Recordando siempre a Cervantes.
Recibamos a Alejandro con un
fuerte aplauso.
Gurb
"Los hombres que murieron son de arroz, de levadura y lluvia". Hacía tiempo que una metáfora no me emocionaba tanto.
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