jueves, 19 de abril de 2018

Teorema del perdón


Más leve que el amor,
como las aves que el viento mueve
sin preguntarle nunca
a dónde se dirigen, va mi voz
buscando el rastro azul de una bandera.
Los hombres que murieron
son de arroz, de levadura
y lluvia.
Y hace décadas, la luz borró sus pasos,
los guió
bajo el silencio
hacia el rosal silvestre
donde una tumba anónima se alza
en medio de la noche. Del abismo
cuelgan sus nombres.
¿Quién recuerda aún
su enaltecido aliento en los murmullos
del agua que ahora inunda el horizonte,
la oscura levedad de las cunetas?
¿A qué paisaje,
a qué aire pertenecen
sus huesos custodiados por el bosque?
       Los que murieron rotos por la paz
debajo del azul
claman memoria.
Mi corazón fermenta
en su dolor, se duerme entre sus ojos,
pide amor,
busca el perdón del aire, su piedad,
pero la tierra estéril no lo oye.

Alejandro López Andrada
Las voces derrotadas
Ed.  Hiperión (2011)

Pongo en la barra de google Alejandro López Andrada y aparecen la friolera de 417.000 páginas. Para entender mejor lo que os digo, poned vuestro nombre y veréis el tímido resultado. Evidentemente, nosotros no vamos a medir la calidad de sus libros por su presencia en las redes, hasta ahí podíamos llegar, pero creo que es un dato que, a vosotros, hijos de las nuevas tecnologías, os puede llamar la atención.

Pincho en la primera de ellas, la wikipedia (esa fuente de consulta dudosa  del nuevo saber popular) y copio y pego una breve nota biográfica. Que el propio autor nos corrija algún dato si no es correcto: Alejandro López Andrada nació en 1957 en Villanueva del Duque (Córdoba), pequeña localidad de la comarca de Los Pedroches, de la que es Hijo Predilecto. Estudió Ciencias de la Educación y trabajó como técnico de cultura en la Mancomunidad de Municipios de Los Pedroches. A sus 35 años fue elegido miembro de la Real Academia de las Letras de Córdoba. Casado y padre de dos hijas, sigue viviendo junto a su familia en su pueblo natal, al que considera su fuente de inspiración. Su personalísima voz se observa tanto en su poesía, como en sus novelas y ensayos, en sus columnas y en sus críticas literarias.

Continúo leyendo y me encuentro con un abrumador número de libros escritos y premios ganados, repartidos entre los distintos géneros literarios. Una veintena de libros de poesía, catorce o quince novelas, ensayos, columnas…en fin, la labor incansable de quien tiene el idioma como herramienta de trabajo diaria, y con él va sembrando con esfuerzo las tierras de su existencia. De todos ellos, yo me he leído dos, La tierra en sombra y El horizonte hundido, una antología de sus poemas elaborada por otro de nuestros grandes maestros, Antonio Colinas. Lo primero que me sorprende de sus libros, ya sean de poesía o de prosa,  son algunos de sus títulos, que constituyen en sí mismo un fogonazo lírico lleno de sentidos: Códice de la melancolía, La tumba del arco iris,  El cazador de luciérnagas, Los pájaros del frío, El césped de la luna, El viento derruido o El óxido del cielo, y el último de ellos, Los perros de la eternidad, un título que por sí solo ya merece un premio.

Me encontré con La tierra en sombra hace diez años en una librería; lo abrí, me leí cinco o seis poemas y directamente me dirigí al mostrador para pagarlo. Los premios que publican las editoriales más importantes, en este caso Visor, tienen la ventaja de tener una mayor difusión, por tanto es más fácil acceder a ellos. Y esto es lo que a mí me ocurrió con La tierra en sombra. Un libro que he recomendado a muchos amigos porque rememora en mí cada vez que me acerco a él, al igual que la antología de la que ya hemos hablado, el paisaje y la vida en el campo de mis ancestros. Y digo bien, rememora, porque aunque yo no llegara a vivirla, las innumerables historias que me contaron mis abuelos forman ya parte de mi imaginación y mi memoria familiar. Un mundo rural que se va, cada vez con más rapidez y del que solo van quedando imágenes; y no me refiero solo a las fotografías que a continuación veremos. La poesía es también imagen, y en el caso de Alejandro son poderosísimas imágenes en movimiento. Sus poemas frecuentemente abren surcos en el corazón del lector con el arado de sus versos. Con la pérdida de aquella realidad rural también perdemos las palabras que la nombraban; así la poesía de Alejandro López Andrada también es un glosario de bellos términos en desuso al que siempre tendremos que volver para no olvidarnos de nuestras raíces. Me emociona también, de la poesía de nuestro poeta de esta semana, el brillo de sus metáforas, la sencillez con la que alcanza el interior del ser humano, la musicalidad radical de sus versos construida a partir de un lenguaje vestido de paisano, y  su compromiso social como sentimos en el poema de esta semana, Teorema del perdón, en donde el autor denuncia poniéndole voz a Las voces derrotadas, leo tres versos: Los que murieron rotos por la paz/debajo del azul/claman memoria…, el olvido impuesto por la dictadura franquista a los republicanos fusilados durante la Guerra Civil, y aún más grave, el olvido, después de la Ley de la memoria histórica, al que se han vuelto a someter bajo el infame e inhumano poder desaforado del actual gobierno. 

Por todos estos motivos, es un honor para nuestro centro contar con la presencia hoy de Alejandro López Andrada. Abrimos así las celebraciones en torno al Día Internacional del Libro, que como todos sabéis es el próximo día 23. Recordando siempre a Cervantes.
Recibamos a Alejandro con un fuerte aplauso.

Gurb

1 comentario:

  1. "Los hombres que murieron son de arroz, de levadura y lluvia". Hacía tiempo que una metáfora no me emocionaba tanto.

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